Por Maria Eugenia Londoño Londoño
Cuando hablamos de bienestar laboral, la autoeficacia suele aparecer como uno de los principales recursos que las personas tenemos para afrontar las demandas del trabajo. No es para menos: sentir que podemos con los retos del trabajo nos protege del estrés, del agotamiento y del temido burnout. Pero ¿alguna vez te has detenido a pensar que, como muchas cosas en la vida, la autoeficacia también tiene su lado oscuro?
¿Qué es la autoeficacia? Es la creencia que tenemos sobre nuestra capacidad para lograr objetivos o afrontar tareas. No es una medición objetiva de nuestras habilidades o competencias, sino más bien cómo nos percibimos. Por eso, alguien puede ser muy competente y aun así sentirse inseguro, o al revés: sentirse muy capaz sin necesariamente tener la capacidad.
Albert Bandura, quien popularizó este concepto, planteo algo muy importante: nuestra autoeficacia no es igual para todo. Podemos sentirnos muy capaces en unas áreas de la vida y menos en otras. Por ejemplo, puedes sentirte muy seguro liderando un equipo, pero dudar mucho a la hora de hablar en público.
Además de esta “autoeficacia específica”, hay algo que se llama autoeficacia generalizada: una creencia más amplia sobre qué tan bien creemos que podemos manejarnos en diferentes situaciones de la vida cotidiana. Esa es la que muchas veces se mide en estudios y cuestionarios sobre bienestar laboral.
Las investigaciones sobre autoeficacia han demostrado ampliamente sus beneficios en el ámbito. Cuando nos sentimos capaces, somos más optimistas y manejamos mejor el estrés. Nos enfocamos en resolver problemas en vez de quedarnos atrapados en pensamientos negativos. Esto reduce el riesgo de agotamiento emocional y burnout. Además, la autoeficacia está relacionada con el engagement, ese estado positivo donde nos sentimos llenos de energía, comprometidos y absortos en lo que hacemos.
Las personas con alta autoeficacia suelen elegir tareas en las que se sienten competentes. Eso puede ser muy bueno porque les permite disfrutar más el trabajo y aprovechar sus talentos.
Pero aquí viene la advertencia: la autoeficacia no es mágica ni infalible. Si se vuelve irreal o demasiado inflada, puede ser riesgosa. Cuando una persona sobreestima sus capacidades, puede subestimar los riesgos, tomar decisiones imprudentes o descuidar la seguridad. Por ejemplo, alguien con excesiva confianza podría ignorar protocolos importantes, asumir tareas para las que no está realmente preparado o no pedir ayuda cuando la necesita.
Por eso, aunque promover la autoeficacia es fundamental para la salud en el trabajo, debemos buscar que sea realista. Cuando alguien demuestra alta autoeficacia, es común sobrecargarlo con más tareas o asumir que siempre podrá con todo. Pero esto puede desgastar sus recursos personales y ponerlo en riesgo de estrés y burnout. La autoeficacia no significa que alguien sea invulnerable. Por eso, es clave reconocer y apoyar a quienes muestran confianza y compromiso, cuidando que sus fortalezas no se conviertan en su punto débil.