Autor: Alejandro Sanín Posada
Ya hemos escuchado que la felicidad es una decisión, algo que depende de nosotros y nuestras acciones. La frase llena de esperanza y motivación a algunos, pero puede ser también un poco agresiva para otros, pues invita a pensar que si no somos felices es porque no lo queremos. Y eso está lejos de ser cierto. La frase por si sola desconoce la carga genética que tiene la felicidad y el peso del contexto ¿Nos hemos sentado a pensar cómo una persona diagnosticada con trastorno depresivo mayor puede leer eso de que la felicidad es una decisión?
Pero, a pesar de lo anterior, es importante decir que la frase si tiene algo de cierto. Hay decisiones que tomamos que nos ayudan a ser más felices. Una proporción importante de nuestra felicidad depende de lo que hacemos ¡Pero entendámoslo bien!, el que sea una decisión no significa que sea fácil. No quiere decir que, de repente, una mañana nos levantamos decidiendo ser felices y lo somos inmediatamente.
Cuando se dice que es una decisión, lo que se quiere transmitir es que, al margen de la carga genética y contextual, hay actividades cotidianas que podemos emprender por cuenta propia que tienen la capacidad para incrementar nuestra felicidad. La investigación documenta entre esas actividades el agradecer, identificar nuestros logros, identificar las propias fortalezas, aplicarlas, realizar actividad física y mental, conectarse con otros, sonreír con frecuencia y ser amable y bondadoso.
La decisión que tomamos entonces no es la de ser o no felices, es la de empezar a usar aquellas herramientas que nos sirven para serlo. Si las usamos y además hemos logrado superar la línea base de bienestar (satisfacción de necesidades básicas incluyendo el ser tratados con respeto) llega un momento en el que las circunstancias y lo que otros hacen por nuestra felicidad deja de pesar tanto y empieza a ser más importante lo que decidimos hace en nuestra cotidianidad.